Investigadores explican por qué los silbatos aztecas asustan tanto
Un estudio de la Universidad de Zúrich revela que su sonido activa regiones cerebrales asociadas al miedo. Los instrumentos, usados en rituales hace siglos, producen un sonido híbrido entre grito humano y artefacto. La investigación se publicó en 2024 en la revista Communications Psychology.
«Un grito que viaja desde el inframundo»
Los llamados ‘silbatos de la muerte’ son instrumentos de arcilla de 3 a 5 cm con forma de calavera, vinculados al dios azteca Mictlantecuhtli. Se fabricaron entre 1250 y 1521 y se han hallado en entierros rituales, como el de un sacrificio humano en el templo de Ehécatl-Quetzalcóatl (Ciudad de México). Su sonido, similar a «un grito», se produce por dos cámaras internas únicas que generan turbulencias.
Reacción en el cerebro
Voluntarios sometidos a neuroimagen describieron el sonido como «extremadamente escalofriante». Según Sacha Frühholz, líder del estudio, «las regiones cerebrales afectivas respondieron con fuerza». Los participantes lo percibieron como un híbrido: mezcla de voz humana y sonido artificial, lo que aumentaba su impacto psicológico.
Entre la guerra y los rituales
Aunque algunos expertos sugieren que los aztecas los usaban en batallas para intimidar, la mayoría apunta a un uso ceremonial. Su hallazgo en contextos de sacrificios humanos respalda la teoría de que acompañaban a las víctimas al inframundo (Mictlán). Hoy, ejemplares originales se exhiben en el INAH de México y el Museo Etnológico de Berlín.
Cuando la arcilla grita
Los aztecas dominaban la creación de instrumentos que imitaban sonidos naturales (viento, aves), pero los silbatos destacan por su diseño sin precedentes. El estudio subraya que no se han encontrado artefactos similares en otras culturas. Su fabricación requería precisión: las réplicas usadas en la investigación se hicieron con arcilla siguiendo técnicas tradicionales.
Un eco que perdura
La investigación ayuda a entender el poder simbólico de estos objetos en la cosmovisión azteca. Pese a las limitaciones del estudio (participantes europeos modernos), confirma que su sonido desencadena respuestas universales de alerta. El misterio sobre su uso exacto persiste, pero su efecto psicológico queda claro: siglos después, siguen erizando la piel.