Uganda instala vallas eléctricas para proteger cultivos de elefantes
El Parque Nacional Queen Elizabeth reduce conflictos con 65 km de cercos electrificados. La medida, apoyada por el Banco Mundial y la UE, ha disminuido los ataques a cosechas en un 90% en zonas clave. Sin embargo, comunidades indígenas dentro del parque rechazan los cercos por conflictos históricos.
«Un choque que cambia vidas»
En el oeste de Uganda, las vallas solares de 9.000 voltios evitan que elefantes destruyan cultivos de yuca, frijoles y patatas. Según la Autoridad de Vida Silvestre de Uganda (UWA), la población de elefantes pasó de 400 en 1989 a casi 5.000 actualmente, aumentando los encuentros peligrosos. «Antes perdíamos toda la cosecha; ahora dormimos tranquilos», afirma un agricultor de Kikorongo.
Costes y controversias
Cada kilómetro de valla cuesta entre $8.000 y $15.000. Aunque el 50% de los afectados mejoró su percepción sobre los elefantes, comunidades como los basongora, desplazados al crear el parque, ven los cercos como un símbolo de exclusión. «Nos tratan como intrusos en nuestra tierra», denuncia Wilson Asiimwe, líder de Hamakungu.
Leones en la cuerda floja
Los conflictos también afectan a depredadores: la población de leones en Uganda cayó un 45% en 20 años. Ganaderos de pueblos dentro del parque envenenan a los felinos tras ataques al ganado. El Programa de Carnívoros de Uganda compensa parcialmente las pérdidas, pero advierte: «Sin diálogo, los leones desaparecerán».
Fronteras que dividen, culturas que unen
El Parque Queen Elizabeth se estableció en 1952 bajo dominio británico, desplazando a pastores basongora. Hoy, sus 11 pueblos «encalvados» dentro del parque mantienen tradiciones como los tótems animales, pero chocan con las normas de la UWA. Mientras agricultores externos celebran las vallas, estos comunidades piden participación en las decisiones de conservación.
¿Convivencia o coexistencia?
El éxito de las vallas en reducir conflictos contrasta con la resistencia cultural en las enclaves. Katwe, otro pueblo dentro del parque, muestra que hipopótamos y humanos pueden compartir espacio sin barreras físicas. La UWA insiste en reubicar estas comunidades, pero líderes locales claman: «La conservación debe incluirnos».