Cantor intentó convencer al Vaticano de sus dos infinitos matemáticos
Georg Cantor desarrolló la teoría de conjuntos en el siglo XIX. Creía que su trabajo podía ayudar a la Iglesia Católica a comprender la naturaleza infinita de lo divino. Sin embargo, sus intentos de acercamiento fueron rechazados por las autoridades eclesiásticas.
Una misión divina en las matemáticas
Cantor estaba convencido de que sus ideas procedían directamente del intelecto divino. Cuando la comunidad matemática rechazó sus teorías, dirigió sus esfuerzos hacia el Papa León XIII y la Iglesia Católica, que en esa época mostraba un interés creciente por la ciencia.
El rechazo de la Iglesia
El cardenal Johannes Franzelin respondió a Cantor indicando que su teoría “podría contener el error del panteísmo”. Aunque finalmente reconoció que no veía peligro para las verdades religiosas en el concepto de lo transfinito, solicitó a Cantor que no volviera a escribirle.
Los dos infinitos de Cantor
Cantor propuso dos infinitos distintos: el Infinitum aeternum increatum sive Absolutum, reservado a lo divino, y el Infinitum creatum sive Transfinitum, accesible para los humanos. Esta distinción no logró convencer a las autoridades eclesiásticas.
Reconocimiento y legado
A pesar del rechazo inicial, la teoría de conjuntos se convirtió en una piedra angular de la lógica matemática. El matemático David Hilbert defendió y utilizó el trabajo de Cantor, mientras que otros contemporáneos como Leopold Kronecker se mostraron críticos.
Antecedentes de una teoría revolucionaria
Georg Cantor desarrolló su teoría de conjuntos «ingenua» durante el pontificado de León XIII (1878-1903). Su trabajo generó tanto revolución como rechazo en círculos matemáticos, llevándole a buscar validación en la Iglesia Católica para sus ideas sobre el infinito.
Implicaciones de un legado duradero
La teoría de conjuntos de Cantor superó la oposición inicial y se consolidó como fundamental para las matemáticas modernas. Su intento de reconciliar matemática y teología refleja la compleja relación entre ciencia y religión en el siglo XIX, dejando un legado que trascendió su conflicto personal con la institución eclesiástica.