Emprendedoras cruceñas expanden su negocio de galletas a 20 puntos de venta
Franchesca Medinaceli y Fabiana Ayala convirtieron un proyecto universitario en una marca consolidada. En dos años, «Qué Buena Galleta» pasó de venderse en clases a distribuirse en snacks y colegios de Santa Cruz. Las fundadoras combinan repostería y gestión con apoyo familiar.
«Una sociedad horneada con amistad»
El emprendimiento nació en 2023 cuando las galletas caseras de Franchesca cautivaron a sus compañeros de universidad. Fabiana, su mejor amiga, se unió para manejar el área administrativa. «Estamos construyendo algo propio y de largo plazo», destacó Ayala. Hoy producen desde casa con horarios ajustados entre clases y hornadas.
Claves del crecimiento
La marca logró posicionarse en redes sociales con una identidad juvenil, atrayendo a estudiantes. Aunque enfrentan limitaciones de espacio y equipos compartidos, destacan el apoyo clave de su familia: «Su papá fue nuestro primer repartidor y hasta aprendió a hornear», reveló Medinaceli.
Dulce resiliencia en tiempos amargos
La crisis económica las ha obligado a adaptarse. «Hay días difíciles, pero nos motivamos mutuamente», admitió Fabiana. Innovaron en empaques y mantienen precios accesibles. Ambas insisten en que «el proceso es tan importante como el producto final», animando a otros emprendedores a persistir.
De la universidad al barrio
El proyecto surgió en aulas de Administración e Ingeniería Comercial, donde combinaron sus habilidades. Sin inversión inicial, aprovecharon redes personales y ventas directas. La pandemia ya había demostrado la viabilidad de negocios caseros en Bolivia, pero su modelo destacó por la conexión emocional con su público.
Más que galletas: un ejemplo
El caso evidencia cómo emprendimientos juveniles pueden escalar con organización y alianzas estratégicas. Pese a obstáculos logísticos y económicos, mantienen su expansión en un sector competitivo. Su historia refuerza el valor de la economía colaborativa en Santa Cruz.