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Mural en Sucre homenajea al bailarín LGBT+ Q’ewa Gerardo Rosas

Artistas y activistas pintan un tributo al ícono LGBT+ Gerardo Rosas (Q’ewa) en Surapata, barrio donde transformó chicherías en escenarios de resistencia cultural durante los años 60.
Opinión Bolivia

Mural en Sucre homenajea al bailarín Q’ewa Gerardo Rosas

Artistas y activistas pintan un tributo al ícone LGBT+ en su barrio emblemático. La obra, dirigida por Julio César Escobar, revive la memoria del bailarín perseguido en los años 60. Se inaugura en junio, mes de las diversidades.

«Un imán que borraba clases sociales»

El mural, ubicado en Surapata —barrio donde Gerardo Rosas (Q’ewa) transformaba chicherías en escenarios—, captura su «ternura desobediente» y su legado como símbolo de resistencia. «Era arte puro. Era valentía», recuerda Julia, participante de la obra. Rosas, conocido por bailar con pollera y desafiar normas de género, grabó tres discos en los años 60 pero brilló en espacios marginales.

De la persecución al reconocimiento

La dictadura militar (1964-1980) lo hostigó por ser «homosexual, artista y libre». Murió en el olvido, pero en 2025 Sucre lo declaró Ciudadano Predilecto. El activista David Aruquipa rescató su historia en el libro Memorias Colectivas, impulsando su reconocimiento como emblema LGBT+.

Herida cerrada con pinceladas

El proyecto, liderado por el colectivo LGBT+ local, busca «devolverle el color a la historia». Rolando, muralista, destaca cómo Rosas unía a la gente: «Las dueñas de las chicherías lo invitaban porque llenaba el lugar». La obra incluye su icónica imagen con pañuelo multicolor y mirada firme.

Cuando el baile era resistencia

En los años 60, Bolivia vivía bajo represión militar y normas sociales rígidas. Figuras como el Q’ewa, que zapateaba sobre mesas en chicherías, ofrecían refugio cultural a comunidades marginadas. Su arte, aunque celebrado en vida, fue sistemáticamente invisibilizado.

Sucre finalmente baila con él

El mural no solo honra a un artista, sino que reivindica una memoria silenciada. Representa un acto de reparación simbólica para una ciudad que ahora abraza, décadas después, la herencia de quien jamás dejó de danzar.