Vargas Llosa recordó su infancia en Cochabamba hasta su muerte
El Nobel de Literatura falleció a los 89 años evocando su niñez boliviana. El escritor peruano vivió en una casona cochabambina donde aprendió a leer y forjó su vocación literaria. Falleció el 13 de abril en Lima, pero su vínculo con Bolivia perduró en su obra y vida sentimental.
«La casa donde fui un niño feliz»
La vivienda de la calle Ladislao Cabrera 168, en Cochabamba, fue el escenario formativo del futuro Nobel. Vargas Llosa la describió como «un Edén» en su autobiografía ‘El pez en el agua’, recordando los juegos inspirados en Tarzán y las siestas de su abuelo bajo un árbol de pacay. «Aprendí a leer a los cinco años (…) Es la cosa más importante que me ha pasado», confesó en su discurso del Nobel (2010).
Huellas imborrables
La casa conserva su fachada azul original, aunque perdió elementos como el patio con árboles. Carmen Marzana, actual propietaria, relató cómo el escritor visitó el lugar en 1998 con nostalgia, autografiando un libro con la dedicatoria: «Donde fui un niño feliz».
Amores y letras cochabambinas
La ciudad marcó también su vida sentimental: sus dos esposas, Julia Urquidi y Patricia Llosa, nacieron allí. Urquidi inspiró ‘La tía Julia y el escribidor’ (1977), aunque ella replicó con ‘Lo que Varguitas no dijo’ (1983). Patricia, su prima, fue su compañera desde 1965 y madre de sus tres hijos.
Un legado de tinta y memoria
El colegio La Salle, donde aprendió a leer, y la hacienda algodonera que trajo a su familia desde Perú en 1937, completan los pilares bolivianos de su obra. Pese a mudarse a Piura en 1945, el autor siempre evocó esos años como fundamentales.
Raíces entre dos patrias
La migración familiar respondió al proyecto algodonero del abuelo Pedro Llosa. Bolivia acogió al niño que, décadas después, convertiría esas vivencias en literatura universal. Cochabamba fue más que un escenario: fue el crisol de su imaginación.
Adiós al niño de Ladislao Cabrera
La muerte de Vargas Llosa cierra un capítulo, pero su legado literario mantiene viva la conexión entre su obra y la ciudad que lo vio crecer. Sus palabras en el Nobel resumen ese vínculo: «El paraíso de la infancia no es un mito literario, sino una realidad».