Candidatos bolivianos compiten por honores públicos en elecciones
La política como búsqueda de reconocimiento marca la campaña electoral. Analizan cómo los aspirantes priorizan fama sobre propuestas, siguiendo una tradición histórica en la región. El texto critica la imitación de modelos épicos en lugar de autenticidad.
«La política como coronación de la vida»
En Bolivia, el servicio público se vive como consagración personal, donde importan más los antecedentes familiares en cargos que los méritos individuales. «Cuidamos las memorias del abuelito ministro o la tía defensora», ejemplifica el autor. Incluso figuras como Luis Arce buscan proyectar una imagen épica, alejada de su perfil técnico.
Una tradición con raíces históricas
Desde Alcides Arguedas hasta Marcelo Claure, la obsesión por el poder público persiste. El texto compara esta dinámica con la Nueva Granada, donde los cargos eran el «alfa y omega» de la vida social. Hoy, los candidatos «pelean por honores idénticos, no por diferencias ideológicas», priorizando el podio sobre las necesidades del país.
El deseo mimético que desgasta a la sociedad
Según el filósofo René Girard, la imitación de aspiraciones ajenas genera infelicidad. Los aspirantes reproducen modelos (como Evo Morales o García Linera) en lugar de construir propuestas auténticas. «La energía social se dilapida en pugnas inútiles», señala el texto, especialmente en una campaña donde el objetivo real es «capturar el gobierno por destacar».
Cuando la política es un seno materno
Bolivia arrastra una cultura donde la vida fuera de la esfera pública se considera incompleta, parafraseando a Sócrates. Esta visión, compartida en otras latitudes históricas, lleva a elites y ciudadanos a idealizar los cargos como única forma de realización, incluso cuando existen talentos mejor aplicables en otros ámbitos.
Un tributo ancestral con costos sociales
El análisis concluye que la búsqueda obsesiva de poder desvía recursos humanos valiosos. Compara la política con el Carnaval: llena de máscaras y rivalidades efímeras. La crítica apunta a que, como advierte Ibargüengoitia, «el seno materno no es lugar para desarrollarse después de los cuarenta», metáfora de una clase política que no madura.